miércoles, 8 de marzo de 2017

De mujeres afortunadas

Tengo mucha suerte. Me lo dicen siempre. No sé de qué me quejo. Tengo mucha suerte porque vivo en un país en el que como mujer puedo trabajar. No importa que haciendo el mismo trabajo, cobremos menos que los hombres, o tengamos que trabajar el doble de duro para demostrar que somos dignas del puesto, ni que tengamos que elegir entre ser madres o trabajar, ni que en caso de emergencia se dé por supuesto que somos nosotras las que debemos de renunciar a la carrera profesional.

Soy afortunada. Después de todo vivimos en un país en el que se nos respeta, dicen, no como en otros en los que te expones a ser violada, vejada, humillada o utilizada por el mero hecho de ser mujer. Eso aquí no pasa. Aquí ningún hombre se cree con derecho a decirte lo buena o lo gorda que estás, o lo que te haría, o llamarte puta porque se te haya ocurrido responderle que no te apetece escuchar su opinión sobre tu cuerpo, muchas gracias. Aquí ningún hombre se cree con derecho a meterte mano porque le apetece, porque después de todo, es que vas provocando, si sales vestida como te da la real gana.

Tengo mucha suerte. Aquí podemos caminar seguras por la calle, no como en otros países. Porque lo de que un grupo de energúmenos te violen porque vas borracha, o porque les apetece, que para eso estamos, eso sólo pasa en países como la India. Aquí no tienes que volver a casa a paso ligero por la noche, sea porque acabas de salir de trabajar, sea porque has salido un fin de semana y te toca volver sola. Aquí no se te acelera el pulso cada vez que te cruzas con un hombre que te mira un poco más de la cuenta, ni vas echando miradas cada diez pasos por encima del hombro, porque no estas segura de si ese grupo de chicos que te ha dicho de todo cuando has pasado por delante de ellos, ha decidido que si una mujer va sola por la noche es que está pidiendo guerra. Y que no se haga la digna y lo niegue, que eso lo sabe todo el mundo.

Soy afortunada. En este país no tenemos que ver en prime-time programas que nos dejan como un mero objeto de consumo y babeo, como un par de tetas con el aderezo de un culo y unas piernas que sirven exclusivamente para que el sector masculino de la audiencia se quede clavadito en el sofá y no se le ocurra cambiar de canal. Y si para eso hay que poner un buen escote a la presentadora, reirse de la invitada o que el presentador acose y humille a todo ser femenino que se cruce en su campo de actividad, pues se hace, faltaría más. Después de todo, para eso servimos, para adornar, ser objeto de adoración, de chanza o de babeo.

Tengo mucha suerte. No necesito que nadie me de permiso para abrirme una cuenta en el banco, viajar, o abortar porque yo lo he decidido. Eso ya es pasado. Ahora soy dueña de mi vida. Puedo hacer lo que me da la gana sin tener que dar mil explicaciones de porque he tomado una decisión o la contraria. No tengo que justificarle a nadie porque he decidido tener o no tener hijos. Nadie me va a juzgar porque haya tomado un camino u otro.

Y sobre todo, soy muy pero que muy afortunada. Después de todo en este país no corremos peligro de muerte simplemente por ser mujeres. Aquí no se nos mata por no someternos al hombre. Aquí todas somos libres de abandonar a nuestra pareja si nos maltrata.

Que suerte tenemos todas las que vivimos en este país, ¿verdad?

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