lunes, 24 de febrero de 2020

Melancolías y sensaciones

Volver por unos días al pueblo donde pasaste la mayor parte de tu vida provoca una mezcla de sensaciones que a ratos es difícil de gestionar. Sobre todo, si, como es mi caso, los recuerdos, aún suavizados por la distancia temporal, tiran más a amargos que a dulces.
No voy a hacerme la mártir y decir que mi infancia-adolescencia-parte de mi vida adulta fue difícil, sería un insulto a la gente que sí lo pasó mal durante ese período de su vida, como fue el caso de mis padres, por poner un ejemplo cercano, fruto de las situaciones familiares que les tocó vivir.
Sin embargo, tampoco voy a mentir, y decir que todo fue bonito, que tuve lo que quise y que hice lo que me dió la gana. Viví con la relativa comodidad de la clase media tirando a baja, y aunque es cierto que nunca nos faltó lo básico, también lo es que hubo épocas en las que tocaba apretar los dientes y tirar como se podía.
El sentimiento que me provocan estos días de vuelta a casa siempre es el mismo, una sonrisa triste, de esas cargadas a medias de añoranza y pequeños rencores con el pueblo que me vió crecer. Y ahora que me falta papá, más aún. Ese pellizco en el corazón cada vez que se abre la puerta nunca curará.
Siempre quise salir de aquí. Me sentía como un pájaro enjaulado, con pocas oportunidades para crecer y avanzar. Y a fé que lo hice. En cuanto pude me fui, sin mirar atrás y sin querer volver más allá de estos días de vacaciones o puentes.
Pero tampoco sería justo no decir que hay algo de terapéutico y curativo en estas visitas. En volver a sentarme en el alfeizar de la ventana del balcón a ver pasar el tiempo mientras el solete me da de pleno. A dar un paseo por las calles que tanto me pateé, muchas veces soñando con no volver a pisarlas. En ver como Leo disfruta del placer tan añorado de salir a jugar a la calle sin peligro alguno, la libertad de ir a darle unas patadas al balón con los amigos sin tener que estar supervisado por un adulto, las gamberradas inocentes, las tardes eternas en las que siempre es pronto para volver a casa, el cansancio de haber callejeado durante todo el día. Vivo a través de sus ojos esa infancia que yo tuve la suerte de tener y que no valoré en su momento, pero que ahora soy capaz de tasar a precio de oro.
Mañana volveré a mi ciudad. Ruidosa, contaminada, llena de gente que no te importa y a la que no le importas, con sus prisas, sus compromisos, y que a pesar de todo adoro. Y regresaré a mi rutina con las pilas cargadas, y con la sensación reconfortante de saber que, cuando lo vuelva a necesitar, tendré mi lugar de calma y descanso. El pueblo donde crecí y del que tantas ganas tuve de escapar.

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